
Plantando cara al riesgo de ser etiquetadas y en franca resistencia al encasillamiento, en un café -a la vez reunidas y extraviadas-, nos preguntamos qué hacer cuando no sabemos qué y cómo hacer. Claro, sin tacones y en la calle donde los toros corren y no llevan un Prada para la ocasión.
Mujer maravilla, femme fatal, colega entrañable, “yo, la peor de todas”, romántica, sexy, neurótica miserable…
Todas formas que revelan que no hay un único modo, sino una multiplicidad fácil de enumerar y difícil de describir. Mucho menos sabemos cuál elegir -o con cuál acertar- para satisfacer esa inevitable necesidad de relacionarnos con un otro.
Y, entonces -como si el tiempo no hubiera pasado desde aquélla época de la vida donde esperanzadas creíamos que el futuro aguardaba con “la respuesta”-, retorna a
nosotras la vieja disyuntiva: ¿Mafaldas o Susanitas?
